domingo, 5 de abril de 2015

RESURRECCIONES ECLÍPSICAS, CRÍSTICAS Y “COELHÍSTICAS”

Con todo mi amor para mi amadas gemelas, 
Marilyn y Milagros Angelica

Mientras caminaba en silencio absoluto por el bosque, en total oscuridad, podía percibir las criaturas que desde sus espacios observaban mis pasos.  El crujir de las hojas bajo mis pies marcaban el camino hacia un portal desconocido creado por el eclipse de una apocalíptica luna roja.  Eran casi las 5:00 de la madrugada y poco a poco, me iba adentrando más y más en la vida de alguno de los personajes de Paulo Coelho.  Mi peregrinación simbólica de Cuaresma, ahora mejor conocida como el período de la Gracia, estaba por terminar.  Tal vez era la Peregrina de Coelho en el Camino de Santiago cuando por cuarenta días en el desierto de mi propia vida, iba buscando respuestas y señales; todas necesarias  para andar un nuevo camino en el cual ya no existen ni mapas, ni brújulas, ni compases.  Iba al encuentro con una Luna de sangre eclipsada y a la unificación con una Llama de Resurrección en un ritual que muy bien me pudo haber convertido en la Brida de Coelho, aunque igual podía ser la Athena de La Bruja de Portobello, aunque estoy clara de que soy la Fátima que espera por Fe en el desierto que habita un Alquimista.

Mientras el tiempo pasa y el desierto mueve las arenas del alma, me adentro en mi espacio de silencio contemplativo para reencontrarme con mi más grande amor: Yo misma. Los viajes simbólicos al desierto son necesarios para la compenetración con lo que Coelho llama el alma del mundo. Si no entramos en estos espacios de encuentro con nosotros mismos, la vida continuará soplándonos como una brizna al viento. En el encuentro con nosotros en conversación con el dialecto de nuestra propia alma, encontramos el lenguaje con nuestra dimensión Crística, con nuestra dimensión Divina; este es el espacio abierto donde todas las posibilidades del Ser se levantan triunfantes y resucitadas, luego de un tiempo de profunda y genuina reflexión. 

Es recomendable adentrarse en nuestros desiertos a mirar nuestros demonios.  Cada período de Gracia, me ha abierto las puertas al feliz encuentro con todas mis oscuridades y todas mis posibilidades.  Mis miedos mayores no son otros que saber que puedo obrar milagros pero verlos manifestados me asusta aún. Para enfrentar mis miedos entré en la libre elección de aprender del Maestro; hice cosas desde sanar personas hasta mirar cara a cara demonios en aquellos seres que en sus miedos permiten que la oscuridad les domine. Tuve que domar mis propios demonios y los de otros. Vencer todos los miedos ha sido el más grande logro en mi peregrinar simbólico por este desierto.
  
A lo largo de mucho andar por mi simbólico espacio Cuaresmal, auto creado como un ejercicio de potencialidad espiritual, supe quién era el Cristo. Entendí sus fortalezas y debilidades, sus corajes, los cuales nunca se me predicaban en la iglesia, sus amores, sus pasiones, en fin, a lo largo de mi camino me adentré en su energía. Lloré con él, reí con él.  He bendecido niños y maldecido higueras. He multiplicado panes y en mis funciones como Coach, he devuelto simbólicamente la vista a muchos, muchos que no podían ver… 

En esta vuelta de mi peregrinación simbólica de la Gracia, me ha tocado entender los  viajes continuos del Maestro  y ensamblar un grupo de poderosos visionarios que expandirán el camino de la Luz en sus respectivas encomiendas.  Esta vez, se me dio el privilegio de anclar sobre la Tierra el Amor Incondicional como una muestra de confianza plena de la Divinidad en mí.  Fue tal vez algo como aquel bautismo en el que Juan reconoce la presencia del Maestro y su Padre que le ama le celebra: “Este es mi hijo amado en quien tengo complacencia.” (Mt. 3:17)  Mientras en este ritual simbólico se activaban estas nuevas energías, miraba a mi alrededor y podía ver y sentir ese amor que ahora se anclaba en la Tierra como el Espíritu Santo se anclaba sobre el Maestro al momento del bautismo. Era entonces la historia de Coelho, A orillas del río Piedra me senté y lloré cuando el Seminarista trata de entender su llamado: ¿Es Dios o es Pilar?  Afortunadamente, ambos eran una misma cosa...

He creado para mí una vida de amor.  Es una vida que no está exenta de lágrimas en el Getsemaní, ni de personas que brillan, no con luz, sino como sepulcros blanqueados, ni de amigos que huyen a la menor provocación ante las dificultades apremiantes.  He vivido muchas pequeñas crucifixiones resultado de jamás haber abdicado, ni mi poder, ni mis convicciones espirituales. He perdonado y enseñado a otros a perdonar y sobre todo, he aprendido a perdonarme mis propios sabotajes y a tratarme con gentileza y compasión. He manifestado grandes milagros y me complace decir a otros que las cosas que yo hago y mucho más grandes aún ellos pueden hacerlas también.

¡Esta es mi Resurrección! 

Voy de camino al bosque a encender la Llama de la Resurrección que llega a la Tierra a traer una abundante energía de amor que iniciará nuevos encuentros entre almas y llamas gemelas, responsables de continuar expandiendo el Bien que transforma nuestro planeta.  No estoy sola. Camino con varios gemelos y gemelas de alma que han llegado para andar junto conmigo y llevarme desde vidas pasadas en lugares como Atlantis hasta la entrada misma del portal que abre la Llama de la Resurrección y más allá.  ¿Lo próximo?  Que los que no me entienden me apedreen con sus miedos, que los que me entienden me reciban y deseen alcanzar nuevas alturas de amor y poder puesto al servicio de la humanidad; lo próximo es una Resurrección a una vida que no se cual es pero tampoco tengo que saber. Ya solo me toca confiar.  Mi oración es que mi intuición sea clara y me ofrezca la guía diaria en mi salida de este desierto simbólico hacia una nueva Luz. 


El mapa es uno solo y es claro: “¡HÁGASE TU VOLUNTAD!”


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