¡Vámonos con la vida sobre la claridad!
¡Por aquel agujero va la muerte!
JULIA DE BURGOS
El 17 de febrero de 1914 nace
Julia Constancia Burgos García. El
barrio Santa Cruz de Carolina se convierte en el Belén en el cual la poeta comienza
su aventura llamada “vida”. Una muy
corta, pero prolífera aventura. Fueron
los campos de la Carolina y las riberas del Río Grande de Loíza los testigos
del capullo poético que más tarde se convertiría en nuestra más extraordinaria
flor. La sencillez de la vida
Carolinense, la ternura de la campiña Puertorriqueña y la conciencia de patria,
fueron calando profundamente en el alma de nuestra amada poeta.
Su compromiso de vida se encauzó
a través de su entrega al magisterio. Su
compromiso de espíritu se encauzó a través de su entrega al verso. Cada poema de Julia de Burgos es una ventana
abierta al sentimiento puro de una mujer apasionada, sensible, femenina,
revolucionaria y muy adelantada a su época.
Entregó su corazón a su arte con el desprendimiento total con que se
entregó a sus amores, incluyendo su río.
La vida de Julia de Burgos se
desenvuelve como un pergamino de belleza que, aún al momento de su muerte en la
ciudad de Nueva York en el 1953, le da sentido a la existencia. Julia nos sirve de espejo. Nos miramos en su ejemplo y desde el
escondrijo de donde observamos su grandeza, nos miramos a nosotros mismos. Observamos nuestro arrojo, nuestros temores,
nuestras grandes pasiones, en fin, nos miramos con curiosidad sublime, quizás
preguntándonos: ¿Cómo vive Julia de Burgos en mí? ¿Cuál será mi legado?
Julia vive en mí cuando la vida
me sonríe y cada milagro lo plasmo en un poema.
Julia vive en mí cuando el corazón herido me grita en agonía y los
versos sanan con cataplasma de esperanza una nueva oportunidad que me canta al
oído eternidad. Julia vive en mí cuando
saboreo cada onda suave que se nace en su río.
La suavidad del agua me invita a la huida; fluyendo, moviéndome,
sintiéndome vida en los labios de la ribera que encauza los caminos. El mío y el de todo aquél que se mira en el
espejo azul que refleja el alma buena y pura de todos los Puertorriqueños.
Julia vive en mí al celebrar,
cien años después, el extraordinario legado de su vida poética. La gratitud se desborda en cada momento, cada
palabra, cada sonrisa y cada lágrima que he compartido en catorce años de vivir
frente a su río. Julia de Burgos es vida
eterna. Que sea la eternidad de Julia la
luz que nos guíe a nuestra más sublime grandeza como pueblo. Regalémosle este póstumo homenaje a nuestra
gran poeta: regalémosle un nuevo país de pura luz….