Es interesante conocer, que el
ilustre poeta Kahlil Gibrán, autor del célebre poema que dice ”Tus
hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida”, no tenía
ningún hijo. Ciertamente, es un bello poema
que invita a respetar la libertad de los hijos, sin embargo, está un poco
distante de la verdad.
Mi hija es mía y yo soy de
ella. Somos una misma esencia. Compartimos vida, alegría, tristezas y
energía. Al decidir ser madre, yo
adquirí una hija. Es mi orgullo, mi
obra, mi sombra y mi luz. Yo jamás le
impuse a mi hija una carrera en las artes.
Nació artista porque es hija de dos artistas. Tiene su propia conciencia: igual a la
mía. Su conciencia viene de la misma
Fuente, de la misma Luz. Mi hija es el
bien, como igual yo soy el bien. Le
doy el ejemplo de como el bien se manifiesta respetando sus ideas, tratándola
como a una igual, admirando sus fortalezas, celebrando sus logros y
disculpándome cuando hago algo que la hiere.
Los logros de mi hija son también míos; así mismo, son sus retos y sus
momentos de intentar otra vez. Sí, la
vida de mi hija es mía y es mía porque para saber si estoy haciendo un buen
trabajo como madre, debo de mirarme en el espejo de quien ella es….
Nuestros hijos son el vivo
reflejo de quienes somos, tanto así, que si me siento triste, mi hija lo siente
y llora. Si estoy centrada y
productiva, mi hija, igualmente se siente inspirada. Observar a nuestros hijos es un ejercicio de
profunda auto reflexión. Al ver sus amistades, hábitos, sueños y forma
de expresarse, miramos nuestra propia verdad plasmada en lo externo. En nuestros hijos está nuestra alma en forma
palpable y cuando hay algo de ellos que nos reta o nos molesta, no hay que cambiar
nada afuera: el cambio necesario debe ser hecho dentro de nosotros mismos.
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