domingo, 12 de mayo de 2013

UNA MADRE EN SU ESPEJO


Es interesante descubrir que el ilustre poeta Kahlil Gibrán, autor del célebre escrito  “Tus hijos”, no tenía prole alguna.  Este poema que comienza y cito: “Tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida”, es uno que ciertamente invita a la reflexión.   Aun cuando el autor nos insta a respetar la libertad de los hijos, dicha libertad puede ser exaltada aún si reconocemos a nuestros hijos como una magnífica extensión de nuestro ser.

Nuestros hijos son nuestros ya que forman, junto con nosotros, una misma esencia.  Compartimos vida, alegría, tristezas y energía.  Cuando una mujer decide ser madre, adquiere  tanto la responsabilidad como la persona que crea dentro de su vientre.   Las madres podemos vernos continuamente reflejadas en nuestros hijos.  Ellos pueden mostrarnos, tanto aspectos deseados de nuestra  personalidad, como áreas en las que debemos mejorar, puesto que son imagen y semejanza  de quienes somos.  Por lo tanto, es necesario detenernos en el ajetreo diario y observar con detenimiento a nuestros hijos.

El ejercicio de mirar sus hábitos, destrezas, amistades y formas de expresarse, entre otros, nos da información importante de quiénes son y sobre todo, de cómo están manejando sus respectivos retos a diario.  Las madres somos ese “ojo protector” que anticipa las caídas físicas de los pequeñines y las caídas emocionales que podrían sufrir los más grandes.   La práctica de detenernos a observar con diligencia a nuestros hijos nos conecta con esa sabiduría intuitiva, que por ser madres, ya tenemos.  Esto nos permite, entonces, profundizar en  aspectos personales de los hijos que normalmente no saltarían a la vista.  Al contemplarles desde este punto de apreciación detallada descubrimos fortalezas en ellos y áreas en las que pueden mejorar,  abriendo así espacios para la comunicación efectiva y saludable.   

Al observar  nuestra creación objetivamente y con el menor juicio posible, miramos nuestra propia verdad plasmada en lo externo.  En nuestros hijos está nuestra alma en forma palpable y cuando hay algo de ellos que nos reta o nos molesta, no hay que cambiar nada afuera.   Para que haya una transformación verdadera y sustentable es preciso que el cambio sea  hecho dentro de nosotras mismas.   Así como de niños les protegíamos de nuestros catarros, somos responsables de no contagiar a nuestros hijos con nuestros miedos, faltas de respeto, malos hábitos y pensamientos negativos.

Nuestros hijos son nuestros hijos.  Ellos son, en efecto, el mejor reflejo de quiénes somos y de cómo nuestra vida está impactando el mundo en el que vivimos.  La invitación es a hacer una pausa reflexiva para observarnos en ellos.  Admiremos lo bello, afable y cordial.  Reconozcamos las virtudes y los buenos hábitos.  Los aspectos que necesitan mejoría serán corregidos cuando desde el amor y la aceptación les modelemos el mejor comportamiento.   El regalo más extraordinario que puede recibir una madre en su día es mirarse en el espejo de sus hijos y sentirse plenamente complacida y feliz.  

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