Hay gente que conoce la respuesta a esta pregunta: ¿cómo se
ama a un país? Hay personas muy valientes que luchan por un país. Hay otros que
van a la guerra y están dispuestos a matar por defender el suyo. Hay
personas que construyen países y gente que vive solo para su país. La historia
está llena de los relatos de estas personas.
Algunos les llaman héroes y heroínas. Hay un sentido de unidad y pertenencia que viene
de la tribu; de las personas que habitan la Tierra que te recibe. Hay gente que
se conecta a través del lugar dónde vive. Hay personas dispuestas a dar la vida
por un país; yo no soy una de ellas...
Una vez escuché a un hombre compartir esta historia. Su hijo
le preguntó si en el planeta había países con menos violencia y criminalidad
que el nuestro:
Padre: “Seguro hijo, Portugal es un país con muy baja
criminalidad.”
Hijo: “Pues, papi, ¿por qué no nos mudamos a Portugal?”
Padre: “Porque si nos mudamos a Portugal, ¿quién luchará por
nuestro país?”
Recuerdo que lo único que sentía era horror ante la escena y mucha
compasión por ese niño, que le estaba pidiendo una mejor vida a su padre, que
estaba demasiado ocupado con su propia visión como para escuchar el reclamo de
su hijo. Pensé en mi hija y en que ella también vivía, en ese tiempo, en el
mismo país. “Luchar o huir”; el paradigma de muchos países en el Siglo 21. Aún
tengo fresca en la piel el rocío frio de la madrugada en que llevé a mi hija
al aeropuerto para tomar el avión que la llevaría a un país con menos violencia…
lejos de mí. Me sentía como la madre de Moisés cuando lo colocó en el río para
salvarle la vida. Hoy, al escribir esto, veo como esa conversación debía
ocurrir frente a mí. Necesitaba entender que los hijos se merecen la mejor vida
posible y que el control de un país no está en nuestras manos, pero la
cocreación extraordinaria de una vida empoderada, en cualquier lugar del
planeta, eso sí es posible.
¿Cómo se ama a un país? Pues lo primero que debemos aprender
es como se ama. Poco hemos conocido sobre el tema, porque si de verdad
entendiésemos ese concepto, no habría violencia, ni sería necesaria la guerra,
ni hubiese tanta criminalidad, sin embargo, reconozco que para sanar lo que veo
afuera debo sanar yo primero. La Ley de Correspondencia que establece que, como
es adentro es afuera, me muestra mi propia realidad interna en lo externo. Si
abrazo la visión, entonces puedo amar y transformar. Si no logro amar la
visión, es hora de mirar más profundo. Si desde el amor practico técnicas de perdón,
como lo es el Ho’oponopono, puedo tener la certeza de que mi amor transforma. “Lo
siento, perdóname, te amo, gracias,” se convierte entonces en un mantra de vida
que sana a un país entero.
Mi pasión siempre ha sido la Divinidad. Esa energía se ha
bifurcado de maneras impresionantes para ofrecerme mil formas de conocer el
amor y regresar a mi energía matriz. Amar un país es parte de la experiencia,
pero la pregunta es: ¿cómo puedes amar a uno y a otro no? ¿Cómo te sientes
parte del agua, el viento, las nubes y las lumbreras que sostienen la vida de
todos, amando a un pedazo de Tierra y despreciando a otro del mismo planeta que
nos sostiene? La cocreación de un planeta entero en interdependecia y armonía
es una utopía realizable. Solo una persona impresionantemente desempoderada
pensaría lo contrario, pero, ¿a cuesta de qué? ¿Qué debe pasar para que
nuestros hijos no tengan que pedir exiliarse hacia la paz?
HAY QUE DEJAR DE ODIAR.
Si no es posible amar, al menos, podemos dejar de odiar.
Entrar en un estado neutro de observación, sin apasionamientos ni dramones, es
posible. Podemos dejar de insultar a
quien piensa diferente. Podemos elegir un gobernante sin tener que hacer su
campaña política el centro y eje de nuestras vidas. Los hermanos que intentan
convencer a otros de que su criterio político es el correcto, actúan igual que
los hermanos que van casa por casa explicándoles a otros quien es Dios con la
esperanza de “convertirlos” a su Fe, sin ni tan siquiera conocer a la persona a
quien les hablan. Es todo lo mismo; el juego de los controles haciendo lo suyo.
Usted tratando de controlarlo todo para tener paz externa, porque la paz interna
brilla por su ausencia.
Pienso que amar a un país es posible; solo hay que encontrar
la Divinidad en él y eso es muy fácil. Amo el Río Grande de Loíza, amo las
playas de la Carolina, El Yunque, los bonsái en mi balcón, los arcoíris y despertarme con el canto de un
ave en mi ventana. Amo las estructuras antiguas, los cuentos de mi abuela y los
poemas del abuelo; amo la belleza de un Flamboyán, las olas de Rincón y la
bondad de quien recoge un animal realengo… Amo, amo, amo… Cuando no amo, que a
veces pasa, trato de hacer silencio hasta regresar a ese estado de apreciación
y luz que me recuerda que mi país le pertenece al Divino y no a ningún sistema,
ni partido político. Reenfoco y honro el regalo que me ha sido dado y dejo de
mirar lo que otros hagan o dejen de hacer con el regalo; me enfoco en honrarlo
yo primero. Entonces, amo y me lanzo a la acción. Reciclo, hago trabajo
voluntario, siembro un jardín en mi comunidad, me sano y comparto sanación dedicándome
a empoderar a otros. Hago lo que el amor haría. Cuando estás tan ocupado con el
amor, no queda mucho tiempo para otros menesteres.
No sé cómo amar a un país; eso me da mucho trabajo. Estoy
aprendiendo a amar lo que tengo cerca y eso se expande. El martes hay que
elegir un nuevo gobernante desde el amor. Creo que algunos aman al país y puede
que otros lo usen para su beneficio. No sé cuál es cual, ni quién hace lo que
hace por amor, pues por lo regular, luego de las elecciones, no se sabe más de
ellos por cuatro años. Pues hoy decido que YO SOY quien gobierna. Me toca
bendecir a todo un país y mantenerlo en alta vibración, abundante y lleno de
paz. Me toca a mí perdonarme y pedir perdón por todos los que la han mutilado, usado y
transgredido. Me toca a mí sanar a mi país; me toca a mí pagar la deuda. SOY
YO, entonces, quien dirige el Bien y, desde ese lugar de empoderamiento TOTAL,
puedo crearle al chico de mi historia el país que su papá sueña…
Arte: Veronica Rubio
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