Tenía quince años cuando ví a Dios por primera vez. Acababa de recibir mi primera “decepción
amorosa” y fui a un retiro de la escuela a buscar consuelo. Estaba convencida de que ese día terminaría
mi tristeza. Le dije a Dios con un tono
claro, firme y autoritario: “Te quiero
ver”. No tenía ninguna idea
preconcebida de como Dios respondería a mi petición, así que, durante todo el
retiro estuve muy alerta, pues sabía que alguna señal me serviría de
respuesta.
Sin embargo, llegó el final del retiro y no había visto a
Dios. Resignada, confesé con un dejo de
humildad que no necesitaba el espectáculo que subconcientemente había deseado. Acepté que ví a Dios durante todo el día en
el hermoso espacio del Yunque al cual nos habían llevado. Dios
estaba en los árboles, las flores, el riachuelo, la brisa, en fin, con un poco
de atención, realmente podía verlo por todas partes. Agradecí secretamente no haber sido fulminada
instantáneamente por mi reto a la Divinidad.
En aquellos tiempos, el Dios que conocía era capaz de eso y mucho
más. Sin embargo, no sentía ninguna
culpa o remordimiento por mi petición. Más
bien, sabiendo que otros habían sido bendecidos con visiones hermosas de Dios,
me sentí un tanto decepcionada conmigo misma.
No había logrado manifestar el milagro…..¿O sí?
Me senté para el devocional final al lado de uno de mis
mejores amigos. Frente a mi corría un
bello riachuelo y pude notar que el sol se reflejaba suavemente sobre el agua…. De repente, el reflejo del sol comenzó a “salir”
del río y venía hacía mí en forma de disco, como un círculo gigantesco de
brillante Luz que se formó frente a mis ojos.
Comencé a temblar. No me atrevía
a quitar la mirada o mover mi cabeza pues estaba convencida de que si lo hacía,
la visión se iría. “Esto te lo estás
imaginando: al momento que mires para otro lado, desaparece”, me dije a mí misma, y aun así,
seguía temblando de emoción. Milagrosamente,
el auto sabotaje no logró contener las lágrimas que bajaban por mis mejillas. Hay algo en nosotros que reconoce
instantáneamente a Dios y nos recuerda que hay momentos en que la mente
sabotea, pero el corazón jamás lo hace. Con
todo y eso, necesitaba la validación. Mi
mente incrédula necesitaba confirmar mi poder, nuestro poder… el poder que mi
alma ya sabía que tenía….
Fue en ese instante cuando no me quedó otra que decirle a mi
amigo: “¡Mira a Dios!”. El no lo
veía. Como no me atrevía a mover los
ojos del disco de Luz, no podía decirle exactamente dónde estaba, sin embargo,
su silencio fue como un bálsamo. “¿No lo
ves? ¡Míralo ahí!”, le decía mientras señalaba
sin quitar la vista de la Luz. Ante su negación, tuve que mirarlo para señalarle. Tuve que quitarle la mirada a la Luz para
compartirla. El no lo veía y lo más
hermoso fue que eso no le impidió creerme, más aún, con su respuesta, él
también se convirtió en Dios: “Diani, es sólo para ti….” Y, efectivamente, cuando regresé la mirada,
Dios aún estaba ahí…..
¿Cómo se vive una vida luego de
haber visto a Dios? Pues sencillo: igual
a como si nunca lo hubieses visto. Con
días de euforia feliz, altas, bajas, momentos de mucha Fe, de poca, en fin, se
vive como vivió el Cristo, quien en su momento más difícil le reclamó a Dios
por haberlo abandonado. Lo glorioso de haberlo visto, es la convicción
plena y total de que esa energía que algunos llamamos Dios, Divinidad, la
Fuente o como prefieras llamarle, existe.
Nadie puede quitarte entonces lo que es tuyo: Tu Dios y tu poder para
manifestarlo al momento. Sí, yo sigo
viendo a Dios. Ahora cambia de forma y
se vuelve ave, ideas divinas, provisión perfecta, sonrisas y abrazos de paz,
bondad y bien, consuelo y muchas otras cosas más. Incluso, para mí, se ha convertido en un
Vórtice. Hoy, cuando dejé la resistencia
a compartir esta historia y resucité a mi valentía, volví a ver a Dios. Ahora brilla dentro de mí. Aun cuando a veces hay oscuridad, yo sé que
brilla en mí. La invitación es a
resucitar a una nueva vida en la cual tienes la certeza de invocar a Dios con
absoluta confianza porque lo ves cada vez que te miras a ti mismo, a ti misma...
Tú eres la Luz que aquél día yo vi en
el río.
El Cristo en el Vortex es el ejercicio de mi
libre albedrío creando mi propia experiencia espiritual. El Cristo me modela una vida de posibilidades
y yo la llevo a un espacio de energía: el Vórtice. Este espiral
energético expande mi bien en todas
las direcciones, tanto para mí como para los demás. Somos libres para co crear nuestras vidas, y
por ende, nuestra propia experiencia espiritual. Nada
le place más a la Divinidad que escucharte decirle: “Quiero verte” o “quiero
sentirte” o más aún “quiero ser Tú”. Hoy
celebramos el poder extraordinario de un hombre que no se resistió a nada para
trascenderlo todo. Creamos como El. Seamos como El.
¡Bendiciones y Feliz Pascua de Resurrección!