Desde pequeña me ha fascinado el mar. Solía sentarme, de niña, en el puente
del Caribe Hilton a hablar con el mar. Es
como si Dios y yo nos habláramos en las olas, porque literalmente, he tenido
conversaciones interminables con el agua.
De joven esa pasión evolucionó al
descubrir la diversión del “body surfing”.
Me encantaba ir a restregarme entre las olas en la playa que está en el
Condado detrás del hotel La Concha. La
fiebre terminó un día que cogí mal una ola y literalmente me sentí como si me hubiesen
tirado contra el piso. No podía respirar
porque la fuerza de la ola no me dejaba subir y me seguía revolcando sobre la
arena. Por primera vez comencé a
respetar el agua. Vi que la posibilidad
de que se te rompiera el cuello como una galleta era muy real y que había que
tener mucho cuidado a la hora de desafiar esa fuerza. Técnicamente me retiré de mi vida de “surferita”
hasta que llegué a un paraíso llamado Rincón.
Ver a los surfistas profesionales es algo impresionante. Es como estar observando un ballet
acuático. Los que practican “body
surfing” son como malabaristas de circo.
Nunca había visto a alguien hacer un giro de 360 grados en el agua hasta que llegué
a Rincón, y me deshacía en la orilla
queriendo poder hacer lo que aquellos profesionales hacían. Un día, al fin me armé de valor y le dije a
mi mejor amigo de Rincón que estaba lista para irme al agua. Surfista profesional, con poca o nada de paciencia para chicas principiantes, me miró
con cara de “esta va a tragar agua en la orilla”. Aún así me equipó con chapaletas, tabla
profesional y me dio instrucciones básicas de supervivencia en el agua. Llegamos a la playa y nos lanzamos. Mi amigo estaba impresionado con mis
braceadas y con el hecho de que había llegado a mar adentro, lugar donde surfean los profesionales, sin quejarme o
poner cara de susto. Me felicitó, me dejó
allí para que comenzara a hacer lo mío,
y ahí empezó lo bueno.
Diferente a las tablas en las cuales la gente se sienta o en
las bicicletas cuando la gente se para, no tenía ni idea de cómo parar a respirar
y descansar. Las olas me tiraban de un
lado a otro y el esfuerzo de mantenerme a flote era más de lo que yo
pensaba. Comencé a sentir taquicardia y
la respiración estaba comenzando a acortarse.
No quería interrumpir el disfrute de mi amigo, así que con el mismo “guille”
con que entré al agua tuve que salir, y entender que hay que empezar poco a
poco.
Hoy leyendo el nuevo libro de mi amiga Coach Lily García,
al fin hice “click”. El dolor de oído
que he estado padeciendo tiene mucho que ver con la experiencia del susto de
Rincón y también con la simbología en mi vida de que el mar representa mis
miedos. Por mucho tiempo soñaba con tsunamis
y con mi proceso de correr aterrada hasta el momento en que, superados mis
miedos a nivel consciente, me lanzaba al mar a ayudar a otros. Lanzarme al mar es
un símbolo de mi decisión de lanzarme a ser Coach y de atreverme a lanzarme
como poeta. Mi cambio de vida para
dedicarme al apoderamiento y trabajar
por mi cuenta ha sido como lanzarme al mar embravecido con una tablita debajo
del brazo. Exponer mis mas íntimas
emociones a través de la poesía requiere aún más valentía. Por supuesto que habrá resistencia y por
supuesto que va a explotar por algún lado de mi cuerpo. Ahora sí puedo sanar. Cada proceso estará acompañado de un trabajo
interno profundo para enfrentar mis miedos y manejar mi nueva encomienda con la
certeza y seguridad de un surfista profesional.
En conclusión; todo lo que pueda estar ocurriendo a nivel físico
en tu cuerpo tiene una correspondencia exacta con algún proceso de tu
vida. En la medida que sanas la
experiencia, la alerta o disfunción física desaparece. Conocer nuestra energía y nuestros procesos de
vida son el camino a la sanación.
Aprendamos a entender el lenguaje silencioso de nuestros cuerpos y
vivamos plenamente y en salud total aprendiendo a cómo sanarnos nosotros mismos
como lo hacía el gran Maestro, sanador de sanadores, Jesús el Cristo. Aún queda algo de la Cuaresma Regenerativa; seguiremos
caminando en el desierto simbólico de nuestra vida, descubriéndonos,
liberándonos… y de vez en cuando, conversaremos un ratito con el mar…
A mi me encanta el mar y con eso una sensación de paz y tranquilidad. Nunca he sido buena nadando por eso me mantengo en la orilla. Pero así debe sentir este gran reto. Te aplaudo por tu logro.
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