domingo, 13 de octubre de 2013

... Y EN EL PRINCIPIO FUE EL SEXO


“Y condujo Isaac a Rebecca a la tienda de Sara, su madre;

y tomó a Rebecca, la cual pasó a ser su mujer; y la amó”.
Génesis 24:67

Tanto el cristianismo como el judaísmo comparten un fundamento común: las enseñanzas del Antiguo Testamento.  Aun cuando ambas filosofías pudiesen interpretar las enseñanzas en forma particular, los seres humanos tenemos la libertad de escudriñar aquello que nos une y celebrar nuestras similitudes.   
 
En nuestra eterna búsqueda por entender quiénes somos y por qué nos comportamos como lo hacemos, el ser humano ha hecho investigaciones interminables.  Se ha escrito mucho sobre todo, sin embargo, al final del día, la verdad está solo escrita en tu corazón y el camino a seguir lo dicta nuestra intuición. 

En preparación al taller de almas gemelas JUNTO AL ALMA DE TU ALMA, una amiga muy querida me compartió un libro sobre este tema y las enseñanzas de la Kabbalah.  Ahí me topé con el versículo de inspiración: 

“Y condujo Isaac a Rebecca a la tienda de Sara, su madre;
y tomó a Rebecca, la cual pasó a ser su mujer; y la amó”. Génesis 24:67

Se acababan de conocer; Rebecca fue prometida a Isaac y ella aceptó el arreglo.  Como nos ha pasado a muchos de nosotros, la atracción física fue el punto primero de atracción.  ¿Qué nos pasó?  ¿Cuándo decidimos ponernos el cinturón de castidad y alternar el orden establecido para que la conexión física se diera luego de “amarnos”? ¿Cuándo exactamente se comienzan a amar las personas? ¿Cómo sabemos qué está ocurriendo?  ¡Cuántas interrogantes y cuánta frustración vivida a través de nuestra vida por querer complacer los paradigmas de todo el mundo! 

Yo imagino que para Isaac, tomar a Rebecca era un asunto serio, no estaba solo pasando el rato.  Imagino que para Rebecca, lograr el amor de su pareja era un reto y a la vez, un privilegio.  Imagino que para llegar a amar a alguien más, debemos amarnos primero.  Ese amor propio depende de un elemento primordial: tener la valentía de honrar lo que sentimos y pensamos. 

En un taller reciente sobre apoderamiento, presenté a los participantes con un reto de valentía, basado  simplemente en compartir algún deseo que siempre hayan tenido, pero que nunca se habían atrevido a exponer.  El silencio colectivo me paralizó; sentí, literalmente, sus miedos corriendo por mi espina dorsal.  Somos esclavos de nuestros temores, del qué dirán y hasta del qué no dirán.  Somos cómplices de una cultura silente de castigo: si honras tu verdad, corre peligro tu vida.  Quedé paralizada, al igual que ellos, ante su costumbre de sabotear su grandeza, por temor a ser juzgados por simplemente vivir su verdad.

¿Cuántas veces no hemos querido dejarnos ir y liberar plenamente nuestras emociones, pensamientos y sentimientos?  ¿Qué nos detiene?  ¿Por qué no escoger a la persona a la que deseo, tomarla y luego aprender a amarla en vez de buscar todas las formas de soltarla?  Confieso que no tengo la respuesta.  Sin embargo, sospecho que tiene que ver con la decisión de tomarnos a nosotros mismos como el objeto del deseo y el amor primero, para entonces confiar en que aprenderemos a amar a todos los que estén frente a nosotros.  El punto de la historia de Isaac y Rebecca no es si hicieron el amor antes o después de las ceremonias, o los acuerdos o las negociaciones.  El punto es que acordaron aprender a amarse con el tiempo y que su intención unificada creó toda una generación que desembocó en el nacimiento de Jesús; el amor personificado.  A eso es a lo que yo llamo poder.

Ciertamente las almas gemelas se reconocen de vista.  Se reafirman con la química perfecta que la experiencia sexual genera y se unifican en el amor, solo cuando se toma la decisión de confiar en que el universo va a traer a ti lo que es como tú y en gratitud, confiamos en que el amor siempre hace su parte.  Si la atracción y la química no están, pues aún hay otras maneras de amarnos, sin embargo, la valentía de decir honestamente lo que se siente es vital. 

En el amor de la relación gemela,  ambos honran, no solo el cuerpo de su pareja, sino también su mente y su espíritu.  La unificación es total y la felicidad es inevitable.  Sigue tu intuición y permite que el amor que buscas y te busca, finalmente, llegue a tu tienda… Inevitablemente la historia tendrá un final feliz.    

 

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