Mañana se celebra la Paz a nivel mundial. Algunos dicen que la paz es el arte de
mantener nuestro centro aun enfrentando las más terribles situaciones; bueno,
podría ser. Otros dicen que es la
manifestación de un completo estado de serenidad y tranquilidad, bueno, también
podría ser. Para mí, una de las más grandes experiencias de paz fue mirar
directo a los ojos de Wayne Dyer…
Mi recuerdo más lejano de Wayne, y sí, hablo de él como si
fuese mi amigo de toda la vida, era un libro que anduvo tirado por mi casa mientras
me criaba. El libro se titulaba “Mis zonas erróneas”y pertenecía a mi madre. Me llamaba mucho la atención el hecho de que
sospechaba que era un libro para “portarse mejor” y que de alguna forma, debe
haber sido tremenda porquería porque mama se lo leyó y las zonas erróneas seguían
al garete.
Ciertamente, todos tenemos zonas de luz y zonas erróneas.
Así que en algún momento, cuando me encaminaba a entrar en un crucero donde
estaría Dyer y pasaría siete días junto con él, decidí hacer la paz. Lo perdoné
por haber escrito un libro que no cambió mucho el carácter irascible de mi madre
y me di la oportunidad de acercarme a uno de los escritores más prolíferos del
siglo XX en el campo de la auto ayuda.
A veces nosotros nos hacemos unas películas irracionales en
nuestra mente y vivimos creyendo que son ciertas. Para mí Wayne Dyer era un
fracaso como psicólogo y así, de juicios irracionales e infundados como el mío,
es que nacen los conflictos personales que luego se expanden y se transforman
en guerras, masacres y matanzas mundiales y nosotros acá, queriendo vivir en la
fantasía de que no somos parte de eso. Sin embargo, la verdad es que cada
conflicto es una expansión de todo aquello que llevamos por dentro sin resolver
o disolver, porque hay veces que es solo cuestión de soltar la idea infundada a
la que nos aferramos, porque hubiese sido preferible leer “Tus zonas erróneas”
antes de juzgar a Dyer, pero eso era mucho trabajo… Es más fácil juzgar sin
saber…
…hasta que me llegó el día de tenerlo de frente. Me abrí a
sus enseñanzas. Pensé que un hombre que vende tantos libros debe de estar diciendo
algo muy bueno y yo debería leer antes de hablar y/o opinar. Le bajé la intensidad
al juicio y compré un libro para llevarlo conmigo en la travesía. El Universo tiene formas maravillosas de
darnos bofetadas sin tocarnos y Wayne Dyer fue el primer conferenciante que
escuché hablar en el crucero de la casa publicadora Hay House, Inc.
Se notaba que era un hombre dulce, pausado y honesto. No
sentía ninguna necesidad de proyectar ser otra cosa que quien era: un hombre
Divino. Habló tanto de su luz como de su reto de salud, porque era un ser
espiritual en una experiencia humana. Hablaba de lo que había aprendido y lo
que aún le faltaba. Compartía su filosofía sin desear imponer nada, en fin,
Wayne era paz. A través de él recibí la validación del tema de mi primer libro
sin él ni siquiera conocerme, así que así, sin más, me enamoré de Wayne Dyer.
Días después, pacientemente, hice la larga fila para que me
firmara mi libro. Me miró a los ojos, conectó conmigo, le dije que era de
Puerto Rico y me dijo: “Ah, sí, en nuestra escala allá voy a hacer una
presentación” y me regaló toda la dulzura de su sonrisa junto con su mirada. En
febrero de 2011 fue su despedida de Puerto Rico… No se fue sin antes
impregnarme de un amor tan celestial y divino que aún lo siento en mi energía.
No me he cansado de decir que es lo más cercano a lo que debe sentirse estar
cerca de la energía de Jesús el Cristo. Así, sencillo, pacificador, adorable, así,
como un soplo de suave brisa que roza tu piel solo para recordarte con sutileza
la bendición sagrada de estar vivo… Así , fue, amor a primera vista.
Hace dos domingos, Wayne se elevó al plano superior, donde
habitan los maestros de la Luz. No entendí de primera intención la noticia;
estaba en negación. Decía su página web que en un mes estaría en Tierra Santa…
al parecer adelantó su viaje. En la pared de mi cuarto estaba escrito en letras
rojas “Meet Wayne Dyer” porque mis más
grandes intenciones se escribían con marcadores en mi pared. Ya no es así.
Ahora la pared está en blanco porque cuando recuerdo que no está, por alguna
razón se me aprieta el corazón; así que borré todos mis decretos y afirmaciones
y los dejé escritos en el campo de la Intención como él me enseñó a hacer. No debería ser así; no debería sentir tanta
tristeza, pero es que cometí un error fatal: no se lo dije. Cuando el Universo
me dió dos minutos con Wayne Dyer, no le dije que lo amaba. Dejé que el miedo y
la prudencia me limitaran y solo le dije “gracias”. Fui tímida y precavida y
ahora, se lo digo, pero el eco de mi voz entrecortada se pierde entre las
partículas dispersas de su alma. Me da paz saber que él, en algun espacio cercano, aun me escucha…
¿Cuál es el camino hacia la paz? Primero, buscar una razón
para dar gracias. Gracias Wayne por tu sabiduría compartida. Luego, nos
atrevemos a amar; nos atrevemos a decirlo, nos atrevemos a levantarnos por
encima de los prejuicios y las opiniones del ego y amamos sabiendo que hasta el
más cruel asesino viene de la misma Energía que Wayne, que tú y que yo. Nos
abrazamos y soltamos el coraje, el miedo, la ira y soltamos a quienes no nos quieren
bien, pero sin rencores ni venganzas. Recordamos que esta estadía es muy corta
para pasarla peleando, argumentando o tratando de convencer a otros de nuestra
verdad como si fuese la única que existe.
Es tiempo de paz; hoy, mañana y siempre, es tiempo
de paz. Gracias Wayne por tus zonas erróneas que son las mías y tu Ser de Luz
que también soy yo. Gracias por salir de un libro y darme el privilegio sagrado
de tu dulce mirada. Gracias porque te siento, y sobre todo gracias, porque
cuando me olvido de que soy paz, y hay días en que eso me pasa, vuelvo a la ternura
de tu mirada, y una vez, mas, regreso a casa… y estoy en paz. Wayne, gracias, te amo...
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