domingo, 20 de septiembre de 2015

ASI FUE COMO ME ENAMORÉ DE WAYNE Y DE SU MIRADA DE PAZ

Mañana se celebra la Paz a nivel mundial. Algunos dicen que la paz es el arte de mantener nuestro centro aun enfrentando las más terribles situaciones; bueno, podría ser.  Otros dicen que es la manifestación de un completo estado de serenidad y tranquilidad, bueno, también podría ser. Para mí, una de las más grandes experiencias de paz fue mirar directo a los ojos de Wayne Dyer…

Mi recuerdo más lejano de Wayne, y sí, hablo de él como si fuese mi amigo de toda la vida, era un libro que anduvo tirado por mi casa mientras me criaba. El libro se titulaba “Mis zonas erróneas”y pertenecía a mi madre.  Me llamaba mucho la atención el hecho de que sospechaba que era un libro para “portarse mejor” y que de alguna forma, debe haber sido tremenda porquería porque mama se lo leyó y las zonas erróneas seguían al garete.

Ciertamente, todos tenemos zonas de luz y zonas erróneas. Así que en algún momento, cuando me encaminaba a entrar en un crucero donde estaría Dyer y pasaría siete días junto con él, decidí hacer la paz. Lo perdoné por haber escrito un libro que no cambió mucho el carácter irascible de mi madre y me di la oportunidad de acercarme a uno de los escritores más prolíferos del siglo XX en el campo de la auto ayuda.

A veces nosotros nos hacemos unas películas irracionales en nuestra mente y vivimos creyendo que son ciertas. Para mí Wayne Dyer era un fracaso como psicólogo y así, de juicios irracionales e infundados como el mío, es que nacen los conflictos personales que luego se expanden y se transforman en guerras, masacres y matanzas mundiales y nosotros acá, queriendo vivir en la fantasía de que no somos parte de eso. Sin embargo, la verdad es que cada conflicto es una expansión de todo aquello que llevamos por dentro sin resolver o disolver, porque hay veces que es solo cuestión de soltar la idea infundada a la que nos aferramos, porque hubiese sido preferible leer “Tus zonas erróneas” antes de juzgar a Dyer, pero eso era mucho trabajo… Es más fácil juzgar sin saber…

…hasta que me llegó el día de tenerlo de frente. Me abrí a sus enseñanzas. Pensé que un hombre que vende tantos libros debe de estar diciendo algo muy bueno y yo debería leer antes de hablar y/o opinar. Le bajé la intensidad al juicio y compré un libro para llevarlo conmigo en la travesía.  El Universo tiene formas maravillosas de darnos bofetadas sin tocarnos y Wayne Dyer fue el primer conferenciante que escuché hablar en el crucero de la casa publicadora Hay House, Inc.

Se notaba que era un hombre dulce, pausado y honesto. No sentía ninguna necesidad de proyectar ser otra cosa que quien era: un hombre Divino. Habló tanto de su luz como de su reto de salud, porque era un ser espiritual en una experiencia humana. Hablaba de lo que había aprendido y lo que aún le faltaba. Compartía su filosofía sin desear imponer nada, en fin, Wayne era paz. A través de él recibí la validación del tema de mi primer libro sin él ni siquiera conocerme, así que así, sin más, me enamoré de Wayne Dyer.

Días después, pacientemente, hice la larga fila para que me firmara mi libro. Me miró a los ojos, conectó conmigo, le dije que era de Puerto Rico y me dijo: “Ah, sí, en nuestra escala allá voy a hacer una presentación” y me regaló toda la dulzura de su sonrisa junto con su mirada. En febrero de 2011 fue su despedida de Puerto Rico… No se fue sin antes impregnarme de un amor tan celestial y divino que aún lo siento en mi energía. No me he cansado de decir que es lo más cercano a lo que debe sentirse estar cerca de la energía de Jesús el Cristo. Así, sencillo, pacificador, adorable, así, como un soplo de suave brisa que roza tu piel solo para recordarte con sutileza la bendición sagrada de estar vivo… Así , fue, amor a primera vista.

Hace dos domingos, Wayne se elevó al plano superior, donde habitan los maestros de la Luz. No entendí de primera intención la noticia; estaba en negación. Decía su página web que en un mes estaría en Tierra Santa… al parecer adelantó su viaje. En la pared de mi cuarto estaba escrito en letras rojas “Meet Wayne Dyer” porque mis más grandes intenciones se escribían con marcadores en mi pared. Ya no es así. Ahora la pared está en blanco porque cuando recuerdo que no está, por alguna razón se me aprieta el corazón; así que borré todos mis decretos y afirmaciones y los dejé escritos en el campo de la Intención como él me enseñó a hacer.  No debería ser así; no debería sentir tanta tristeza, pero es que cometí un error fatal: no se lo dije. Cuando el Universo me dió dos minutos con Wayne Dyer, no le dije que lo amaba. Dejé que el miedo y la prudencia me limitaran y solo le dije “gracias”. Fui tímida y precavida y ahora, se lo digo, pero el eco de mi voz entrecortada se pierde entre las partículas dispersas de su alma. Me da paz saber que él, en algun espacio cercano, aun me escucha…


¿Cuál es el camino hacia la paz? Primero, buscar una razón para dar gracias. Gracias Wayne por tu sabiduría compartida. Luego, nos atrevemos a amar; nos atrevemos a decirlo, nos atrevemos a levantarnos por encima de los prejuicios y las opiniones del ego y amamos sabiendo que hasta el más cruel asesino viene de la misma Energía que Wayne, que tú y que yo. Nos abrazamos y soltamos el coraje, el miedo, la ira y soltamos a quienes no nos quieren bien, pero sin rencores ni venganzas. Recordamos que esta estadía es muy corta para pasarla peleando, argumentando o tratando de convencer a otros de nuestra verdad como si fuese la única que existe. 

Es tiempo de paz; hoy, mañana y siempre, es tiempo de paz. Gracias Wayne por tus zonas erróneas que son las mías y tu Ser de Luz que también soy yo. Gracias por salir de un libro y darme el privilegio sagrado de tu dulce mirada. Gracias porque te siento, y sobre todo gracias, porque cuando me olvido de que soy paz, y hay días en que eso me pasa, vuelvo a la ternura de tu mirada, y una vez, mas, regreso a casa… y estoy en paz. Wayne, gracias, te amo...


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